Tenía 14 años y mi madre insistía
que fuese todos los días a escuchar el catecismo además de que la acompañase a
sus tareas benéficas yo a regañadientes accedía, pensaba que eso era cosa de
viejos, pero un día mi madre me ofreció, si me ofreció como voluntario para una
tarea que tendría que realizar todos los días sábados, esa tarea era la de
ayudar a las monjitas a atender a los niños minusválidos y con problemas
diversos. Demás está decir que para mí era algo totalmente extraño, pero me vi.
Obligado a aceptar ya que no era el único niño que iría a esta tarea.
El primer sábado que llegamos al
sanatorio, el SOCK para nosotros que veníamos del mundo de los normales; fue
sumamente devastador, muchos se querían regresar pero hicimos fuerzas para
tratar de tolerar la visión y no aparentar ningún temor visible y perceptible
por los niños.
Ese primer sábado era
interminable para nosotros, solo conversábamos con los niños, escuchamos música
y practicamos algunos juegos de salón.
Cuando acabamos nuestra labor
escuchamos a los niños que nos decían ¿”vuelvan el próximo sábado”?, esto más
que una despedida me sonó como aun ruego suplicante.
En el camino a mi casa me sentí
feliz de estar vivo quise saber si mis piernas funcionaban normalmente, mis
brazos igual y me sentí vivo y corrí a casa dando gracias al señor de estar
sano.
Al próximo sábado fui de nuevo
pero varios de los que habían ido antes desistieron de seguir en dicha tarea,
de ahí en adelante solo quedamos como voluntarios dos amigos más y yo, para
nosotros creo que sin darnos cuenta era un compromiso infaltable con la vida.
Una vez tuvimos la suerte de
quedarnos a solas con los niños, las monjitas nos habían tomado bastante
confianza y nos dejaron con ellos. Ese día prendimos el equipo de sonido a todo
volumen y pusimos un disco de los Bee Gees y bailamos como John Travolta para
ellos en un principio, pero ellos comenzaron a bailar en sus sillas de ruedas,
en sus muletas, en sus camas, en el suelo, en el lugar que estaban recluidos
por su enfermedad y disfrutaron de un sábado de baile y alegría que creo que
nunca olvidare en mi vida.
Este era mi compromiso con la
vida a los 14 años de edad, compromiso que por demás resulto de una vital
importancia por saber que estoy vivo y tengo la fortuna para disfrutar este bello
don
Vívidamente Hector.OGG.
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